domingo, 22 de septiembre de 2013

Un día como comediante de la noche.


Estoy en el sitio, bar donde se graba los comediantes de la noche. He sido llamado como invitado especial. Son las 3:30 pm, hora de hacer la prueba de cámaras que consiste en pararse como un soberano pendejo en el escenario y recitar la rutina que uno hará en la noche, mientras que los demás comediantes (los del programa) lo ven a uno con cara de, aún tenemos tiempo para llamar a otra persona, la cagamos trayendo a este man. 
Aclaro que ya sabía de dicha prueba de iniciación, y me preparé a la manera “zen”. En la mañana del mismo día salí a un parque cercano a mi casa, ubique varios árboles y reloj en mano, empecé a hacerles la rutina. Los árboles me miraban como pendejo, al igual que la gente que pasaba, pero yo me había visto todas las películas de Rocky y sabía que si no había sacrificio, el entrenamiento no serviría. Termine haciendo como 10 veces la rutina. 

Después de ensayar me sentí seguro como para regresar a la casa. Escogí entonces mi pinta: pantalón negro, una camisa roja con pinticas doradas y un corbatín negro, ah y tenis. Durante el baño pegué a la pared con el agua de la ducha las hojas que tenían escrito mi materia y las repase mentalmente. 

Ahora es mi turno, me han llamado para hacer la dichosa prueba. Me instalan el micrófono inalámbrico y automáticamente empiezo a verlos a todos como árboles, entonces me relajo y declamo casi como poesía mi rutina. Los árboles no dicen nada, eso me hizo sentir algo de nervios.

Son las 6:00 pm y ya he pasado dos de las pruebas, por momentos me ataca la ansiedad, me sudan las manos más de lo normal y quiero salir a fumar. Los comediantes de la noche se muestran tranquilos, se hacen matoneo entre ellos, hacen chistes que definen como, “chistes internos”, yo solo río por diplomacia, no vayan a pensar que no entiendo o crítico su humor. Por momentos me veo como uno de ellos, pero basta con mirar hacia el escenario, empiezo a sudar y dejan de verme.

Son aproximadamente las 7 pm, la fila en la puerta del lugar asegura que por lo menos en asistencia será todo un éxito (un problema menos, pues la ley del humor dice que es más fácil hacer reír a muchos que a poquitos)

Conforme va pasando el tiempo y nos acercamos a las 8 pm, hora en la que comienzan las grabaciones, cada personaje va liberando tensión y empiezan a ser víctimas del estrés, cada uno exhibe los nervios de maneras diferentes, unos fuman más de lo normal, otros caminan de un lado a otro y balbucean su material, otros prefieren sentarse a mirar su tableta y repasar en voz alta, otros revisan su celular y se escriben mensajitos de amor con su pareja, otros toman algo de licor. En fin, yo los veo desde el camerino, mientras sentado me seco el sudor de las manos en las rodillas. Eventualmente suben a decirme, ¿qué? ¿muy tranquilo? quieto maestro. Yo solo les sonrío, los miro, hago como si entendiera el chiste y vuelvo la  mirada a un monitor ubicado en la parte superior del camerino que sigue toda la grabación. 

La salida del primer comediante es definitiva, pues arroja información importante de cómo será el comportamiento del público y en general de la noche. Ese primer comediante se denomina, “calentador”, y tiene la seria responsabilidad de disponer positivamente al público en aproximadamente 15 minutos. Según “el calentador”, el público está bonito, se quiere divertir, y bajo la ley del humor (recuerdan, mucha gente, más risas. Menos gente ...) será una buena noche.

Por designios divinos (al director se le dio la verrionda gana) voy en el segundo capítulo; para los que no saben cada noche se graban dos, por eso uno ve a la misma gente en varios programas. Mi tensión aumenta porque es una hora y quince minutos más de espera. Creo que eso es lo que más me pone ansioso, saber que falta mucho para pararme.
Bajo un par de veces a donde se encuentran los demás comediantes, uno de ellos me pide que le ayude a repasar la rutina, luego pregunto si tienen cigarrillos, no hay, me  ofrecen chocolates. Prefiero volver al camerino, saco de mi maleta las hojas un poquito mojadas donde está escrito mi material, les doy un último vistazo, pero mis manos no dejan de sudar y ahora me acompañaba un bostezo mezclado con escalofríos. 

Es mi turno, ya estoy alambrado ( o sea, me han puesto el micrófono inalámbrico) y a escasos metros del escenario. En escena está el mismo personaje que me hizo la llamada para estar ahí y tiene al público feliz con una rutina sobre los robos, (que momentos antes había confesado, no le parecía muy fuerte, jum, siempre dicen lo mismo y terminan volviendo loco al público) lo admiro mucho, pero ya no siento miedo, el miedo se ha convertido en la oportunidad de que vean mi trabajo, ahora es una responsabilidad. Son las 9:45 pm, falta no menos de dos minutos para subir, el corazón se me acelera, pero no mucho, el presentador me llama, me dice al oído, ¿Puedo decir algo de su pelo para presentarlo? Asiento con la cabeza y le digo: sí, lo puede hacer, porque eso me ayuda a entrar ganando. 
9:47 pm, se han subido a presentarme, siento que se me olvida todo, me da mucho miedo, pero recuerdo que pueden existir noches malas, pero que esta no lo será, de nuevo estoy tranquilo. Es la hora, respiro profundo, no miro a nadie, miro primero hacía arriba, tal y como me explico la maquillista (ella debe saber, no es comediante, pero si ha visto como le sudan las manos a muchos invitados novatos, por eso le creo) Abro la boca, hago mi trabajo, lo hago bien, la gente ríe y también aplauden. 

Estoy en el sitio, bar donde se graba los comediantes de la noche. He sido llamado como invitado y he dejado todo ahí.